¡Con Sánchez o nunca!: para los separatistas es urgente explotar la degeneración sanchista para imponernos uno de sus objetivos mayores: el apartheid lingüístico. El procedimiento es excluir progresivamente el español de las istraciones autonómicas, privarlo de oficialidad de facto y legalizar la exigencia de su “lengua propia” (concepto bastardo que sugiere que el español es la “lengua impropia”) para acceder a cualquier empleo, contrato o ayuda pública. Y se les ha dejado avanzar demasiado en esa guerra delirante, nociva y liberticida, que como toda la política de esta época va entreverada de corrupción, estupidez y ridículo.
Un ataque a la democracia
Lo último ha sido intentar chantajear a la Unión Europea para hacer del catalán, gallego y eusquera oficiales de la UE. El fracaso estaba cantado: aceptarlo hubiera abierto la puerta a docenas de lenguas regionales con el mismo derecho, del occitano al sami pasando por el sardo y el frisón. Pero esta payasada debe recordarnos la derogación de la igualdad lingüística en los feudos nacionalistas, infinitamente más grave que el despilfarro de los pinganillos en las Cortes. Hace mucho que ellos pasaron a considerar el bilingüismo el último obstáculo al estatus de Estado soberano. Las lenguas, como tales, les importan un bledo. Por eso itía con regocijo de racismo inverso el soriano Aitor Esteban (los conversos son los peores) que no importa que el lehendakari se llame Hassan siempre que odie a España.
Así que no vendrá de más recordar algunos principios básicos contra la guerra de lenguas, aunque hayan conseguido contagiarla -pagando, claro- a ciertos cuchitriles europeos. El argumento principal es que ningún apartheid es aceptable, sea por lengua impropia, color de la piel, religión o género sexual (hay, como ven, mucho trabajo por hacer). Pero también hay argumentos lingüísticos fundamentales. Veamos algunos.
1 – Las lenguas no son patrimonio cultural
Las lenguas están entre naturaleza y cultura, por eso técnicamente son conocidas como “lenguas naturales”. Son ante todo sistemas innatos de símbolos mentales -palabras y gramática- y de comunicación. Tenemos una relación mental profunda y afectiva con ellas, pero la cultura no es la lengua materna ni la aprendida, sino lo que hagamos con ella: cosas como el habla, el derecho, la política y la literatura. En la época helenística muchos filósofos griegos tenían otra lengua materna, y en nuestra época Kafka, que era checo y judío, fue y es un gran escritor alemán, y el polaco Conrad gran escritor en inglés: porque la lengua no es la cultura.
Cuando se comparte una lengua común, utilizar la otra como barrera a la comunicación, instrumento para excluir y símbolo de la ruptura política, es llanamente una agresión supremacista para romper la comunidad política y cultural real, que es la responsable de que la mayoría de catalanes, vascos y gallegos bilingües prefieran el español para muchos fines.
2 – Las lenguas no son la identidad política ni cultural
La identificación de lengua con identidad nacional procede del romanticismo nacionalista. También el error de que hay lenguas superiores e inferiores (sostenida por filósofos alemanes como Fichte y Heidegger), que parte del prejuicio de que hay etnias superiores e inferiores y está muy ligada al racismo. Los judíos dejaron el hebreo como lengua coloquial poco antes del nacimiento de Cristo y adoptaron numerosas lenguas antes de la creación de Israel. En Estados Unidos no era un problema que la Constitución no previera una lengua oficial. Suiza tiene cuatro y ninguna es exclusiva salvo quizás el alemán suizo o Schwyzerdütsch, que con sentido común helvético no han querido oficializar.
Durante milenios la gente ha ido cambiando de lengua por la promoción social que procuran las lenguas de prestigio; así, se esperaba que los ciudadanos romanos supieran latín (o griego), pero Roma no obligó a las provincias a latinizarse. En el Imperio español se predicó a los nativos en sus propias lenguas, y por eso hoy el quechua, el náhuatl y el guaraní tienen aún millones de hablantes. Otra evidencia olvidada es el hecho de que haya tantos países distintos que comparten la misma lengua (español, inglés, alemán, francés, árabe…), porque el mapa político y el lingüístico no son lo mismo. O como dijo Bernard Shaw de Estados Unidos y el Reino Unido: dos países separados por el mismo idioma.
3 – Las lenguas minoritarias no deben defenderse a toda costa
Los lingüistas ni siquiera se ponen de acuerdo en la diferencia entre dialecto y lengua: una vieja broma define ésta como un dialecto con bandera e himno oficial. En España tenemos incluso la polémica sobre la unidad y diferencia del catalán y el valenciano, y la vindicación de lenguas de laboratorio elaboradas a partir de distintas hablas tradicionales de ámbito muy local, como el asturiano o el aragonés.
Lo que sí ha demostrado de sobra la filología es que las lenguas cambian con rapidez y que, como organismos vivos, nacen, crecen, evolucionan y mueren. Pueden durar vivas algunos miles de años, como el griego, pero al precio de cambiar muchísimo, pues en pocos siglos pierden inteligibilidad (lea el Cantar del Mío Cid original y subraye lo que no entiende). En resumen: todas las lenguas actuales están condenadas a cambiar y desaparecer; ciertas perdurarán como lenguas clásicas literarias, al estilo del sánscrito, el latín o el griego clásico. Otras se dividen en lengua culta y popular, muy distintas (caso del árabe). Para compensar, el nacimiento de posibles nuevas lenguas puede requerir de sólo tres generaciones, como el spanglish de Estados Unidos. Un mundo fascinante, pero no es político.
El nacimiento y muerte de las lenguas y su sustitución o mezcla con otras es un proceso natural y espontáneo, y por tanto inevitable. Muchas de las tres mil que se supone existen en el mundo han subsistido porque se hablaban en comunidades muy pequeñas y aisladas, como las de Nueva Guinea, Amazonia o el Cáucaso, paraísos de los lingüistas. A partir de esto que sabemos de las lenguas -que no son la cultura, que no son la política, que van a morir antes o después- podemos debatir qué protección se les debe o puede dar.
Pero el apartheid lingüístico de los nacionalistas catalanes o vascos es sencillamente imposible de itir. Por el contrario, debe ser combatido y derogado allí donde consiga avanzar. Por ejemplo, en mi universidad, que convertida en tinglado endogámico que quiere ser monolingüe y monolítico, acaba de modificar el nombre original (Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea) para eliminar el español avanzando la defunción del bilingüismo, del pluralismo y hasta el sentido común.