“Con el mundo del poder solo he tenido vínculos pueriles”. Esa frase, pronunciada por el poeta ruso Osip Mandel'štam, es la cita que usa Pier Paolo Pasolini para iniciar Petrolio, un libro póstumo; una novela incompleta y experimental con una profunda interrelación de temas políticos, sociales y personales del escritor y cineasta. Un universo donde la burguesía profesa una fe católica de izquierdas a la vez que ejerce de cómplice ante delitos de derechas. Es, en definitiva, una reflexión del poder y la mafia, con sus vicios o tentáculos invisibles gobernando todo. A veces, incluso el ínclito sillón de Pedro.
“Cuando llegó el Papa Francisco, finalmente se comenzó a hablar de mafia y corrupción. Yo, desde 2011, ya estaba en el Vaticano como consejero del cardenal Peter Turkson”, relata a Vozpópuli Vittorio Alberti, filósofo laico encargado entonces -junto al prelado- de trabajar juntos para sacar esta lacra de la Santa Sede. “Sí, Juan Pablo II, en Agrigento (9 de mayo de 1993), hizo un alegato contra la mafia militar, la que dispara. Luego, Benedicto XVI realizó un breve discurso en Palermo… Efectivamente, podemos decir que él (Jorge Bergoglio) fue el primero en hablar de corrupción, y lo hizo enseguida”, dice.
El caso es que todo parecía marchar. De hecho, fue en 2015 -bajo la égida del Santo Padre argentino- cuando en el Dicasterio de Justicia se pusieron manos a la obra. “Con mucha dificultad, eso sí”, Alberti formó y coordinó un cuartel deluxe con personajes relevantes de la antimafia. De él emergió don Luigi Ciotti, presbítero, activista y fundador de Libera, asociación que gestiona bienes y terrenos secuestrados para convertirlos en productivos. Junto a él, también operaban Rosy Bindi (ex presidenta de la Comisión parlamentaria antimafia) y otras figuras de relieve sobre las que se sostenía el arquitrabe: Giuseppe Pignatone (presidente del Tribunal del Vaticano, con un pasado como magistrado de Mafia Capitale), Joan Alexandre Pop (experto en derecho canónico) y don Marcello Cozzi, inspirador de la fundación antiusura. “Repito, con mucha dificultad inauguramos este grupo de expertos involucrando otros Dicasterios. Conseguimos, en 2017, celebrar en el Vaticano (Casina de Pío IV) el primer debate internacional sobre la corrupción”, recuerda.
Fue un día histórico que coincidió, además, con la publicación del libro Corrosione (editorial Rizzoli). Un año después vería la luz Pane Sporco. Ambos no eran sino el preludio del desierto… Hoy también reinante. “Fíjate en el subtítulo del primer volumen: combatir la corrupción en la Iglesia y la sociedad. Es un diálogo entre Peter Turkson y yo a partir de la prefación del Papa Francisco”, quién por cierto se refirió a la corrupción como mundanidad espiritual, hipocresía e indiferencia. “A partir de estos dos libros comenzamos a proponer una serie de iniciativas, pero el grupo fue contrastado constantemente. Después, ya en 2020, se paralizó todo”, expresa.
La publicación de L’Espresso
La mafia y el Vaticano, desde siempre, han sido enemigos íntimos que se profesaban un amor tal que en ocasiones terminaban por confundirse. Es sabido que durante lustros Enrico de Pedis (criminal de la Banda della Magliana y vinculado presuntamente al caso Emanuela Orlandi) estuvo sepultado en la iglesia de Sant’Apollinare. Por no hablar de Roberto Calvi -el banquero de Dios-, hallado muerto en extrañas circunstancias con un paisaje obtuso de fondo salpicado con mafia, masonería e Iglesia. No se sabía muy bien dónde terminaba una ni comenzaba otra.
Lógicamente, aunque no han regresado esos tiempos bravos donde combatirla se antojaba inoperante, la parálisis de la que habla el profesor Alberti siembra dudas respecto a la eficacia eclesiástica, siempre atribulada y ungida en sus propios misterios. Al otro lado del Tíber, sus dossiers sobre la excomunión de mafiosos están en barbecho, y además no se otea algún cambio. De hecho, ya lo publicó el semanal L’Espresso hace algunas semanas, cuando resaltó una discusión en las entrañas del Vaticano sobre la dificultad para afrontar -desde el derecho canónico- un asunto peliagudo que el propio Papa Francisco se atrevió a liderar cuando, en 2021, removió nuevamente aguas estancadas y turbias. Lo hizo con la beatificación del juez siciliano Rosario Livatino, asesinado por mafiosos a los 37 años. Fue un gol estéril, ya que careció de continuidad. Ni siquiera ganó el encuentro.
Lo curioso de todo es que los documentos elaborados por el comité de expertos -entonces- seguían sin llegar a las manos de un Santo Padre que, quien sabe si cara a la galería, seguía con su proyecto de catedral, pero sin ingenieros ni arquitectos. Una cruzada vacua, por más que en un Ángelus de 2021 atacara frontalmente a la criminalidad organizada. Hechos aislados, versos libres, en definitiva, que iban en contraposición de acontecimientos que no fortalecían su obra. Es más, la debilitaban sensiblemente.
Sí, desde la dimisión de Turkson hasta la llegada, en su lugar, de Michael Czerny, un checo con pasaporte canadiense, que no mejoró precisamente la situación. Y es que lo que parecía un matrimonio en perfecta sintonía y simbiosis se tradujo en un ambiguo punto muerto respecto a la excomunión de hombres de honor. De hecho, fue el diario católico francés La Croix, quien hace dos años anunció que el asunto había estado bloqueado en Roma, henchida en su burocracia. Efectivamente, se refería al famoso documento de la comisión de los nueve (Alberti, Ciotti…), y que estaba listo desde 2021. La realidad es que nunca visitó la residencia de Santa Marta. No se ha dado motivo alguno.
Una cosa es cierta. El 12 de diciembre de 2023, el otrora Obispo de Buenos Aires realizó una intervención importante en la universidad católica Lumsa, de la capital. Fue en un evento por el aniversario de los treinta años del fallecimiento de Giuseppe Puglisi (asesinado por emisarios de la Cosa Nostra en Palermo), primer beato en la época de un Bergoglio que precisamente en 2013, al poco de su investidura, dijo esto: “Manifiesto una nula relación entre organización criminal, mafia, Camorra o ‘Ndrangheta con el Evangelio. Los mafiosos no están en comunión con dios. Son excomulgados”.
“Este es el punto. Él los había excomulgados, pero la Iglesia no tiene una doctrina vertebrada sobre el asunto. No hay nada jurídico en el catequismo. Para proteger todo esto, volví a involucrar el núcleo de sabios. Ir a la carga de nuevo. Esta vez con la participación de otros Dicasterios como Doctrina de la Fe, Textos Legislativos y Nueva Evangelización. Hemos escrito una norma para introducirla en el derecho canónico sobre los mafiosos. Porque sí, es curioso, pero la Doctrina de la Iglesia se ocupa de todo. No de mafia”, sentencia Vittorio Alberti, quien afirma haber sido apoyado solamente por Turkson y el cardenal Silvano Tomasi, legado especial del Papa Francisco para la Orden de Malta. El resto es una carretera secundaria llena de socavones. Un laberinto sin fin donde solo se inicia para tener maniatadas y tranquilas las conciencias, la propaganda, la ética y moral.
En manos del nuevo Papa
Todo es un volver a empezar. Esta vez, la patata caliente está en la sala de espera que lleva a la mesa de León XIV, y puede que marchite ahí. “En su día aceleré mi trabajo. Un texto final que llegó al Pontífice. Todo el mundo tenía audiencias con él salvo nosotros. Se posponían todas. Descubrí que el contraste estaba dentro de la Curia romana, especialmente con la nueva directiva tras el adiós de Turkson”. El tema, sí, está muerto, y el profesor ya no está allí, aunque formalmente sigue en el Vaticano como enseñante en la Universidad Gregoriana. Por su parte, Francisco, ya en Santa Maria Maggiore, sigue retumbando como un revolucionario con el freno de mano echado. Una tempestad sin viento.
“Más que él, creo que se trata de la estructura de la Curia. Hemos trabajado desde el punto de vista diplomático. Estaba incluso la Conferencia Episcopal española. Todas. EE.UU., Argentina… Queríamos crear una red para aclarar la posición de la Iglesia respecto a este tema universal. El objetivo era cortar puentes conectores y reducir ambigüedad, líneas sombrías entre catolicismo y mafia… A nivel mundial”. Lo estructuraron bien Alberti y los suyos, aunque rápidamente se redujo a papel mojado: activar procesos sociales y educativos para combatirla, trabajo con las cárceles… De ahí a la nada. “Yo quería materializar, en términos institucionales y jurídicos, la palabra del Papa. Está ahí, a disposición del que quiera afrontarlo”, espeta resignado no sin antes elencar posibles motivos que hacen de este fango un terreno cómodo para todos. “Intereses, miedo, ignorancia. Cosas incluso más profundas que acciones episódicas sacadas de películas”.
Se despide así con un epílogo frágil y delicado. “Es menester recordar que la Iglesia tampoco puede operar como si fuera la Santa Inquisición. Lo nuestro era un proyecto institucional, humanístico y cultural… Se trabajaba con las familias de las víctimas. Porque, como sabes, la criminalidad organizada no es exactamente la mafia, un modelo superior más y mejor articulado, con principios, valores y juramentos que la sostienen. Si les quitas el catolicismo, les dejas sin la simbología. Quedarían diezmados”. Esto vale, como dice, para Italia, pero también para cualquier obispo de México que pueda sentirse atenazado por los cárteles del narcotráfico. El pan, como reza en su segundo libro, está manchado. Su púlpito también ha perdido peso. Todo.
jem65c
25/05/2025 23:59
No entiendo muy bien el articulo. Me da la impresion de que esta escrito en otro idioma y usando un sistema digital de traduccion. No esta bien escrito, en mi opinion