Opinión

¡Viva el gasto!

Hemos desaprovechado los años de mayores ingresos tributarios de la historia y no hemos reducido el déficit estructural del país

  • María Jesús Montero, reina del despilfarro -

En economía es famosa la pelea entre keynesianos y liberales. La similitud de las acciones de los gobiernos de todas las ideologías en la mayoría de países del mundo desde que cayó el Muro, deja claramente como vencedor al bando de Keynes, cuyas teorías han servido a la mayoría tanto para explicar lo ocurrido en cada crisis como para encontrar soluciones, y son aplicadas por gobiernos tan diferentes como el de Orban en Hungría y la coalición de izquierdas española. Cuando en 2010 los países de la Eurozona empezaron a recortar los déficits, medida anti-keynesiana en época de crisis, parecía que se tomaba otro rumbo pero duró poco, y gracias a la expansión monetaria de BCE decidida en 2012, se retomó la misma política, que se aceleró por la pandemia.

Sin embargo, a Keynes le han traicionado ya que cuando lo peor de las crisis se dejan atrás, los gobiernos olvidan uno de sus principios más acertados: que la política fiscal debe ser contra cíclica, es decir, debe ser expansiva en los momentos de crisis, bajando impuestos y elevando el gasto, y contractiva en las fases expansivas, reduciendo el crecimiento del gasto y evitando recortes de impuestos para reducir de ese modo el endeudamiento excesivo generado en la fase recesiva. Y las políticas de todos los gobiernos caen en esa traición, y especialmente la de España, ya que tenemos uno de los déficits más grandes de la Eurozona y a pesar de eso subimos pensiones y salarios públicos (y ahora, además, vamos a aumentar el gasto en defensa). No es que yo sea un fan de Keynes pero justo en lo que encuentro más acertado de él es en lo que menos caso se le hace.

Los teóricos años de “vacas gordas” (según las cifras macro) posteriores a la recuperación postpandémica no han servido para prepararnos ante un recorte del crecimiento a escala mundial que vendrá del descenso en el comercio global. Si, como ya apunta el propio Banco de España, las cifras empeoran, no tendremos músculo financiero para luchar, desde la inversión pública, contra ellas ya que hemos desaprovechado los años de mayores ingresos tributarios de la historia y no hemos reducido el déficit estructural del país. Tenemos comprometido tal volumen de gasto, que si viene una crisis -que conlleve menos ingresos- será inevitable que se desmadre el agujero en las cuentas públicas. No ahorrar para cuando vengan mal dadas es la peor de las gestiones.

Dado que los mercados cíclicamente se enfrentan a incertidumbres que los empresarios intentan combatir mediante el atesoramiento de dinero, hay que sustituir esa parte de la economía que tiende a permanecer pasiva

De hecho, la principal razón por la que no comulgo con Keynes, a pesar de reconocer su enorme valía como economista, es por sus críticas al ahorro. Me explico: Según él tanto el consumo como la inversión son actividades productivas que permiten aumentar el empleo y dinamizar la economía; en cambio el ahorro supone dejar ocioso ese recurso. Cuanto más aumenta el ahorro y disminuye el consumo y la inversión, peor irá la economía según su pensamiento. Dado que los mercados cíclicamente se enfrentan a incertidumbres que los empresarios intentan combatir mediante el atesoramiento de dinero, hay que sustituir esa parte de la economía que tiende a permanecer pasiva. Cuando esto ocurre, la misión del Estado es, por un lado, buscar empleo a esos recursos ociosos (mediante rebajas de tipos de interés e incrementos del gasto público) y, por otro, reducir la incertidumbre (generalmente con proyectos sufragados por el erario). Exactamente lo que las autoridades financieras y políticas hicieron tras la quiebra de Lehman Brothers o para luchar contra la parálisis pandémica.

Dejando de lado el debate sobre el intervencionismo en la economía, Keynes claramente da por hecho que la riqueza se genera gracias al consumo, ve el ahorro como algo negativo y cree que la recesión es culpa –poco más o menos- de la irracionalidad de los consumidores que frenan el gasto. Muchos autores han demostrado que económicamente el ahorro es bueno pero creo es más fácil recurrir al sentido común: si nadie ahorrara y lo gastáramos todo –incluidas las empresas- sólo podríamos progresar y financiar los proyectos (aún menos tendrían a vivienda y coche en propiedad) recurriendo al endeudamiento. Y ya hemos visto lo que esto significa para la economía mundial: ciclos de expansión y contracción continuos porque los créditos suponen un mayor consumo presente a costa de un menor consumo futuro. Es un círculo vicioso al que no veo final.

¿Cómo vamos a basar todo el desarrollo económico de siete mil millones de individuos en el gasto continuo, en el consumo desaforado y en endeudarnos? O sea, en esquilmar todos los recursos naturales del planeta para que no baje la producción

El consumidor no es culpable: si le ofrecen estabilidad laboral, buenos ingresos, productos atractivos y un precio asequible (e incluso cuando no lo es como el caso de los iPhones), gastará; y si no lo hace es porque detecta que no se cumplen esos requisitos o algunos de ellos. El ahorro es el verdadero impulsor del progreso, y es falso diferenciarlo de la inversión ya que cuando hacemos un depósito en el banco éste mueve ese dinero por nosotros. El capital que hay dentro del sistema financiero siempre se está moviendo. Lo que más llama la atención es lo insostenible que resulta el modelo keynesiano sin bruscas crisis. Las teorías de priorizar el gasto sobre el ahorro –tan seguidas por los dirigentes actuales- no tienen en cuenta ni las consecuencias sobre la deuda ni el futuro de nuestro planeta. ¿Cómo vamos a basar todo el desarrollo económico de siete mil millones de individuos en el gasto continuo, en el consumo desaforado y en endeudarnos? O sea, en esquilmar todos los recursos naturales del planeta para que no baje la producción. Aquí es donde las teorías keynesianas, en teoría más de “izquierdas” chocan con el movimiento ecologista, teóricamente afín, dejando de nuevo en evidencia la costumbre de etiquetar y simplificar.

Este ansia por consumir va contra el propio ser humano. Sabido es que cuantos más regalos obtienen los niños, menos los valoran. Nada demuestra que toda esta abundancia de bienes materiales, que durante la próxima crisis echaremos de menos y nos harán más infelices, nos vayan a hacer mejores. Basar el crecimiento en consumir generando deudas para los que vengan detrás acabará con el actual estado de cosas (sea por las deudas en sí, sea porque caiga todo el sistema al dejar de confiar en los bancos centrales que “imprimen” dinero a conveniencia) si no acaba antes con nuestro ecosistema. Ya no hablamos sólo de economía sino de supervivencia.

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