El 27 de junio de 2015 Gregorio Belinchón, periodista especializado en cine del progresista 'El País', publicó una crónica que testimoniaba tanto la charla de Harvey Weinstein en la academia del cine español como el evento en colaboración con la embajada en el centro Conde Duque. Llamaba a Weinstein pomposamente “leyenda en un mundo de forajidos” y mencionó también de manera acrítica sus 81 Óscar.
En todo el texto no se citan las acciones judiciales ya en activo contra Weinstein y que habrían de defenestrarle como gran némesis del movimiento #MeToo. El propio diario, el 2 de abril de 2015, había publicado ya una denuncia de la actriz Ambra Battilana por “abuso sexual” a través de una pieza sencilla de Rocío Ayuso. El único elemento redentor de la crónica es la mención al ensayista Peter Biskind y su libro crítico con los hermanos Weinstein Sexo, mentiras y Hollywood (desacreditado también por no citar los abusos sexuales del productor neoyorquino).
Los presentadores del evento en la academia de cine, el crítico de cine Antonio Weinrichter y el realizador Manuel M. Velasco, no parecen haber sido grandes inquisidores con Weinstein, aunque según declaraciones a este medio el segundo le afeó la calidad de su producción Malena (dirigida por el realizador Giuseppe Tornatore en el año 2000). El repaso al tag #WeinsteinTalks en Twitter, el actual X, tampoco ofrecía mayor condena al que fuera fundador de Miramax y se repiten declaraciones como “buen sabor de boca” o “absoluto placer” entre los asistentes. Alguno de ellos, incluso, entregó un guion al potentado audiovisual.
Harvey Weinstein en su evento de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid – ECAM
En esos tweet, en la crónica de Belinchón, en la noticia de la ECAM, el embrujo del polvo de estrellas hollywoodiense hechizó cualquier crítica. Ahora bien, es en el texto de 'El País' donde se ofrece uno de los motivos del blanqueamiento generalizado. Al ser preguntado por el demócrata Barack Obama, el productor neoyorquino respondía que “los últimos días, en los que se han ratificado su política sanitaria y el matrimonio gay, confirman su valía”.
Esta relación no es casual: Weinstein organizó un día después la fiesta del 4 de julio en el centro Conde Duque de Madrid gracias a su amistad íntima con el embajador James Costos. Gran kermés socialdemócrata que refulge ahora como plétora de mentiras, detrás de los gorgoritos de las grandes figuras de Broadway desfiló toda aristocracia cultural de Madrid fascinada por la mística de los Weinstein y las decenas de Óscar en su haber.
Faltaban nueve años para que Belinchón buscara redimirse de esta crónica ante el movimiento feminista destruyendo la carrera del cineasta Carlos Vermut y apenas dos para que saltaran todos los abusos a la prensa de Nueva York.
Miramax, corazón capitalista; disfraz progresista
La productora de los hermanos Weinstein, Harvey y Bob, había sido fundada en 1979 con el nombre de Miramax en homenaje a sus padres Miriam y Max. Especializada en distribuir filmes musicales y cómicos, conciertos y revistas europeas, Harvey Weinstein afirmaba tan pronto como Billboard en 1982 que pretendían “realizar películas de estreno”.
De hecho, llamar a Miramax en aquel entonces productora era falaz: apenas distribuía los filmes de esos conciertos y espectáculos -de McCartney o las luminarias británicas cómicas del tiempo- y estos eran editados al gusto del mercado norteamericano. Todavía, en esos años, se veía menor en comparación con otras independientes como New Line Cinema (centrada en el terror) o la seminal Cannon (fundamental en el cine de género ochentero).
Los hermanos Weinstein en los años 80 – Miramax
Harvey Weinstein, en ese sentido, era el que decidía en la moviola cómo cortar los planos de filmes largos y poco digeribles para el estadounidense medio. Sería más bien a finales de los años 80, con la distribución de filmes como Escándalo o especialmente Sexo, mentiras y cintas de vídeo (las dos de 1989), cuando Miramax consiga despegar gracias al éxito de taquilla y especialmente el carácter de “productora de prestigio” que comenzó a atesorar.
Si existió un tema en todas estas producciones, un fetiche, según el propio Harvey Weinstein fue la idea del perdedor (“underdog”) que a través de un sendero espinoso podría llegar al triunfo. Weinstein, que declaró a la CNN tan tarde como en 2017 seguir siendo un “underdog” , siempre tuvo un ojo para encontrar narrativas de superación que entraban dentro del imaginario progresista hollywoodiense (bien estudiado en el pequeño ensayo Me cago en Godard de Pedro Vallín).
El hombre hecho a sí mismo, aquel que puede superar sus dificultades y obstáculos, permea producciones de Weinstein como Mi pie izquierdo a El discurso del rey por más de dos décadas. Tiene eco en su propia biografía: estuvo a punto de perder uno de los ojos con apenas diez años y nunca fue el popular en su vida colegial. Esta idea propia del imaginario progresista norteamericano, como afirman bien Vallín y especialmente el magnífico retrato de Hollywood de Ilya Ehrenburg La fábrica de sueños, le haría muy pronto vincularse a la izquierda neoyorquina.
Weinstein, uno de los nuestros
En la biografía de Ken Auletta de Harvey Weinstein Hollywood Ending los primeros os de los hermanos con el partido demócrata tienen como escenario la universidad de Búfalo y la campaña a inicios de los 70 del político demócrata Frank A. Sedita. Es la década dorada del progresismo norteamericano, con Richard Nixon como verdadera némesis, y dos judíos neoyorquinos como eran Harvey y Bob tenían que estar alejados por definición de la mayoría silenciosa que ahogó a la emergente contracultura.
Sin embargo, sería la producción y distribución del documental The Thin Blue Line (1988) su unión definitiva a las causas progresistas. El filme de Errol Morris criticaba el sistema judicial norteamericano, hablaba de una condena a muerte equivocada, y está dentro de las piezas de batalla contemporáneas a la revista izquierdista 'Mother Jones' (bestia negra del reaganismo en aquel tiempo). En el excelente libro de John Pierson sobre el cine indie de entre décadas, Spike, Mike, Slackers & Dykes, se juzga que The Thin Blue Line demostró cómo una película podía cambiar el destino de un hombre. Poco después, sería la amistad de Harvey Weinstein con los Clinton, Bill y Hillary, aquella que le hizo ser literalmente el brazo fílmico de un partido demócrata al que regó de donaciones.
Estamos ya en los 90, en la década de éxitos que consagran a Miramax como principal indie (Pulp Fiction, El indomable Will Hunting o Shakespeare in Love de 1994 a 1998), y Harvey Weinstein había pasado de ser un productor temido por su fuerte carácter a ser la niña bonita del progresismo neoyorquino. Las oficinas de Miramax, en el 375 de Greenwich Street, compartían lugar así con el restaurante de Robert de Niro y su productora Tribeca. Disney había comprado poco antes la compañía en 1993 garantizando no solo independencia a los Weinstein, sino también su liquidez: tanto Harvey como Bob, recuerda Biskind, estaban siempre en deuda debido a escasa frugalidad.
En ese apogeo mediático y económico, Harvey Weinstein se vio fuerte para lanzar una revista llamada 'Talk' que se pretendía particular 'New Yorker' de Miramax. El primer ejemplar, así, tendría una entrevista con Hillary Clinton poco después del “affair Lewinsky” en septiembre de 1999. La escandalosa cubierta, con Hillary Clinton riéndose y Gwyneth Paltrow en una pose sugerente (faltaba más de una década para que denunciara el intento de agresión sexual al que le sometió Harvey Weinstein), son un muestrario de la hipocresía del tiempo.
Weinstein, convencido de ser uña y carne con el partido demócrata, financió incluso el documental de Michael Moore Fahrenheit 9/11. Adelantó nada menos que seis millones de dólares al cineasta de Michigan, provocando la ruptura con una Disney que no estaba dispuesta a distribuir una pieza contraria a la guerra de Irak. La palma de oro en Cannes del año 2004, los más de 220 millones de dólares que recaudó el filme de Michael Moore, fueron una demostración de la intuición de Harvey Weinstein. Más de 800 políticos demócratas asistieron a la premier del filme en Washington, cerca de la Casa Blanca, y en esta Weinstein presentó la cinta al auditorio, al cual felicitó por incluir gente de toda ideología.
El resultado final de este desencuentro con Disney sería la fundación de una nueva compañía por los hermanos: Weinstein Company desde 2005. Esta financió como revancha todos los documentales de Moore hasta mediados de la siguiente década. Luego de las alegaciones contra Harvey Weinstein de acoso sexual, el propio Michael Moore dijo culposamente a Variety:
“Yo no vivo en el Hollywood de Weinstein y hago documentales, no puedo hablar de la cultura que creó y en la que parece prosperó. De hecho, soy el único director que conozco que llevó a Weinstein a los tribunales por ser un ladrón…”
Era cierto, le había ganado un pleito en 2012 por haber desviado beneficios de su documental contra la guerra de Irak. Pero las entrevistas con los dos felices en la promoción del documental sanitario Sicko (2007) plantean serias dudas por la responsabilidad moral del documentalista. En cualquier caso, el hechizo de Weinstein fue mucho mayor entre los políticos demócratas, los cuales hicieron caso omiso a las continuas denuncias sexuales.
La actriz y activista Lenha Dunham, un año antes del inicio del #MeToo, avisó a Hillary Clinton que Weinstein era “un violador” y que esto saldría a la luz en cualquier momento, perjudicando su campaña electoral. Todavía más atrás una intérprete española, Assumpta Serna, tomó conciencia de la escasa talla moral del fundador de Miramax.
Depredador sexual a tiempo completo
En declaraciones a la revista cultural 'Jot Down', esta actriz catalana describió cómo fue su primer encuentro con Harvey Weinstein: “Era una de esas fiestas que tenía en una discoteca donde íbamos todos (…) Estaba sentado en la habitación y era muy desagradable: tenía a su alrededor a todas estas chicas estupendas, a cada cual más mejor (…) Me preguntó: «¿Y tú dónde vienes?» Y yo dije: «Pues yo he hecho esta película y ha tenido una buena crítica en el New Yorker». Me respondió: «Sí, Pauline Kael me lo ha dicho y también Phillip Noyce. Siéntate aquí».”.
Serna vio de primera mano la sordidez del personaje, poco tiempo antes de su gran éxito crítico y financiero, además de tener la astucia de no vivir los verdaderos abusos documentados en el seminal She said de las periodistas Megan Twohey y Jodi Kantor.
Quizá el más escalofriante de todos fue el asalto a la actriz Mia Kirshner, protagonista de Exotica (1994) del armenio canadiense Atom Egoyan. Película con un notable componente sexual, Miramax distribuyó el filme en EE. UU. en su larga tradición de apoyar cintas con alto voltaje erótico. Fascinado con la presencia de Kirshner, a decir de “New York Times…”, la emplazó a un hotel en Nueva York para discutir un filme sobre la experiencia de sus abuelos como supervivientes del Holocausto (La lista de Schindler acababa de ser el éxito crítico del año en 1993). Lo trágico del tema tratado, a decir de la actriz, no fue baladí para exigirle sexo a cambio de producir esta película.
She said es prolijo en testimonios sórdidos, entre masturbaciones e inyecciones a los genitales (en su vejez Weinstein era impotente, según diversas fuentes), pero en la mayoría de ellos se repite el encuentro en el hotel como intercambio de favores. En la habitación, en un caso de disonancia cognitiva escandaloso, a todas ellas les esperaba el orondo Weinstein solo cubierto con una bata.
Más interesantemente, Hollywood Ending reconstruye también con notable ambición todas las capas biográficas que generaron al monstruo: traumas universitarios por no tener pareja o sus relaciones inexistentes con féminas. Fuera de estas miserias de la no ficción, tan propias de ensayo tipo en Anagrama, lo más clarividente de todas estas obras es cómo creó una red de silencio en sus empresas para evitar soplones.
La asistente chino-británica de Weinstein Rowena Chiu, que lo denunció por violación, dividía a sus empleados entre aquellos que sabían de su “mala reputación”, otros que “era infiel y seducía actrices” y, por último, “los colaboradores implicados” que conocían todos los detalles y “miraban a otro lado”. La extrabajadora, en ese sentido, recuerda cómo estos no eran solo hombres, sino también mujeres: estas últimas “entrenaban a otras” para evitar cualquier o físico con él, aunque participaban en sus razias de actrices y eran siempre encargadas de su abultada agenda socio sexual.
Esa es la gran oposición entre los ensayos She said y el más trabajado Hollywood Ending: el último desarrolla que más que una fratria masculina Miramax o Weinstein Company funcionaban como una pirámide vertical donde el faraón podía esconder sus abusos a los cargos bajos mientras que un reducido número de personas en la cúspide colaboraba con ellos. Una de las personas en la cumbre, Katrina Wolfe, era la encargada de las audiciones en Miramax y llegó a custodiar una agenda de nombre “F.O.H. -Friends of Harvey-” (esta indicaba la ciudad de la aspirante y su número de o).
En perfecto análisis freudiano, cuando las denuncias contra Weinstein fueron imposibles de negar solo la madre del realizador lo defendió: Auletta afirma que Miriam Weinstein llegó a llamar a 'The New York Post' gritando “¿Por qué la gente dice esas cosas sobre mi hijo?”. Todavía, el biógrafo del productor de Miramax juzga que en esta debacle innegable Weinstein se veía inmune debido a la protección de progresistas como Hillary Clinton o Barack Obama (había contratado a la hija del último como becaria). Era 2019, se habían publicado ya las distintas denuncias con los detalles más escabrosos, y el viejo mogol cinematográfico seguía viéndose como un bandido mexicano protegido por los sheriffs de Hollywood.
La eterna falsa víctima
El 9 de abril de 2025, en la vista previa de otro juicio en revisión de sus cargos, el ya anciano productor de cine reapareció aquejado de múltiples dolencias, según ABC News. Se declaró, de nuevo, “inocente” y, puso en la boca de su publicista Juda Engelmayer -a decir de 'The Guardian'- ser víctima de una “caza de brujas”. Agradeció, incluso, en su propia voz el apoyo de los “trumpistas” Candace Owens y Joe Rogan. No tuvo, a pesar de todo, el valor de citar el párrafo más clarividente en el que el “podcaster” Rogan sentenciaba a la izquierda norteamericana: “todos sabían lo de Harvey Weinstein”.
El citado Belinchón, en ocasión de un filme que llevaba a la ficción el trato destemplado del productor de Miramax de nombre The Assistant (2019), lo llamaba ahora “depredador sexual” y “abusador laboral”. El productor “más poderoso del mundo” ya no era “una leyenda en un mundo de forajidos” para este autor. Poco antes, esta izquierda mediática prefirió publicar la leyenda que el hecho: eterno retorno de Liberty Valance.