El poder es la distancia y cuando a alguien se le pierde la distancia es que han dejado de reconocerle como titular del poder. De la celebración del día de las Fuerzas Armadas con el desfile el pasado domingo día 8 en Tenerife y la revista naval de la víspera estuvo ausente el presidente Pedro Sánchez, sin que consten compromisos de agenda que se lo impidieran, pero enseguida conviene recordar que los presidentes que le han precedido han faltado en más ocasiones de las que han acudido sin merecer por ello reproches de marca mayor. Cuestión distinta es que al presidente Zapatero y al actual les haya resultado desagradable recibir sonoras muestras de reprobación por parte del público que acude a presenciar la parada militar.
El sonido de los discrepantes
Para evitarlas se procedió primero a restringir la instalación de tribunas y limitar las invitaciones a quienes se consideraban incondicionales y, después, al alejamiento progresivo del público espontáneo que, por ejemplo, en Madrid sólo era itido hasta el Botánico de un lado y a partir de la plaza de Cibeles por el otro, mientras que la Tribuna Real se situaba en Neptuno, delante del monumento a quienes dieron su vida por España. Además, se buscó que el coche del presidente Sánchez llegara siguiendo un itinerario imprevisible y con la mínima antelación posible al de los Reyes para evitar así que el interludio entre la llegada de ambos vehículos facilitara la concatenación, en abierto contraste, entre los denuestos contra el primero y los ¡vivas! y aplausos dedicados a Don Felipe y Doña Leticia. Ninguna de esas medidas de alejamiento ha logrado impedir ese contraste conformando que de nada sirve el alejamiento del público si hay micrófonos en su proximidad que recogen el sonido de los discrepantes y multiplican su efecto al quedar adosados como si fueran la banda sonora de la parada militar.
El ejemplo de Solís
Recuerdo un 29 de octubre, aniversario de la Fundación de Falange Española en el teatro de la Comedia, al que acudí como periodista del diario Madrid. Presidía el ministro secretario general del Movimiento, cuya llegada esperaban los congregados al grito enardecido de ¡Solís traidor! Al fin, compareció en el palco de platea el ministro al cargo y con descaro se adelantó hasta la barandilla para asomarse al patio de butacas moviendo las manos como si estuviera respondiendo a las aclamaciones porque de sobra sabía él que era esa imagen la que daría Televisión Española y porque contaba además con que del griterío ensordecedor con el que le insultaban jamás se emitiría ni un segundo, como así sucedió. Esa sabiduría del egabrense es la que aún no han alcanzado los actuales ministros y ministras que insisten en alejar al público cuando bastaría con cerrar los micrófonos para liberarse inmediatamente del escarnio. Atentos.
polplancon
11/06/2025 11:53
Don Miguel Angel, es que compara usted a un astifino como era el ilustre egabrense (en comparación con su paisana la Karmela Kalva) con el Orco de La Moncloa, un personaje zafio donde los haya, maleducado y malcriado por unos padres a los que habría que pasarles la factura de toda la destrucción que genera su vástago en derredor.