Opinión

La capacidad de las tragaderas

Las guerras siempre son asimétricas, conviene repetirlo

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La importancia de las novedades está sobrevalorada. Si no fuera así tendríamos dificultades para evaluar las sorpresas que nos deparan personajes como Donald Trump, o en su escala doméstica Pedro Sánchez. Cada uno a su nivel nos sobrepasan. Por más que creemos imposible que se superen a sí mismos, resulta que no. Siempre dan con una tecla más alta para dejar al descubierto nuestra incompetencia analítica. A todas luces tienen algo que les diferencia de nosotros; son inmunes a la evidencia porque inventan una realidad alternativa que mientras no conste lo contrario les funciona.

Me conmueven las fotos que condensan momentos singulares de la humanidad; en ocasiones me he referido a ellas. Una niña vietnamita bombardeada con napalm, el beso berlinés en la boca de Brezhnev a Honecker en 1979, la bañera de Hitler recién suicidado donde la fotógrafa de guerra norteamericana Lee Miller se enjabona… Me ha vuelto a suceder con los líderes europeos arrebujados sobre una mesa esperando que Zelenski cuelgue el teléfono con el que simula hablar con Donald Trump; las grandes potencias europeas representadas por Macron, el británico Starmer y el recién electo Friedrich Merz junto al polaco Tusk. Todos pendientes de lo que pueda trasmitir el más ocurrente y zafio de los 47 presidentes de los EEUU; un desafío.

Esa foto de los cinco apiñados con gesto desolado en la esquina de una mesa con dibujitos sobrepasa a Samuel Beckett. En “Esperando a Godot” aparecían Estragon y Vladimir con vestimentas estrafalarias y un árbol sin hojas; bastaba para plasmar lo imposible de buscar sentido a las cosas. Saltar a cinco y un teléfono inaudible le hubiera parecido un exceso. Europa tenía un hermano mayor con el que tejió tantos lazos de sangre y patrimonio para pensar que formaban parte de una familia. Cuando uno disfraza al Estado con sentimientos se hace trampas al solitario. Las guerras son asimétricas siempre, aunque por interés o por ignorancia tendemos a simplificarlas poniendo un membrete que las haga más digeribles. Hubo dos guerras diferentes durante la II Contienda Mundial, una en Europa y otra en Asia, pero nosotros siempre hablamos de la misma, quizá porque en ambas fueron protagonistas los EEUU.

Apliquémonos el cuento y relativicémoslo todo. Para el presidente Trump la Rusia de Putin puede ser un cómplice interesante si logra despegarla de China, mientras la Ucrania de Zelenski apenas alcanza para territorio de alquiler “sin cartas políticas”. Que esta ocurrencia sea una estupidez que traiga consecuencias incalculables no significa nada. Ya nadie recuerda cuando coqueteó con el sátrapa indescriptible de Corea del Norte, Kim Jong-Un, en la pretensión de distanciarle de los chinos. Logró reforzar al tirano, aumentar su megalomanía y que dependiera aún más de la China confuciana de Xi Jinping, istrada de manera implacable por un Partido Comunista con un líder incombustible desde 2012. Sucedió en la anterior presidencia de Trump, como quien dice ayer.

Lo más difícil en política, cuando uno la sufre y no la practica, consiste en donde colocarnos para poder ver un poco más allá de nuestras narices; un límite en ocasiones infranqueable

A los tiempos revueltos, los chinos los llaman “años interesantes”. Sin la colaboración interesada de Nixon y Kissinger la China que conocemos probablemente no hubiera alcanzado con tanta rapidez su indiscutible poderío. Sin la turbia política de Netanyahu subvencionando al terrorismo de Hamas a través de Qatar, con el fin de debilitar aún más a la incompetente Autoridad Palestina, Gaza no se hubiera convertido en el abigarrado avispero islamista que cometió la temeridad criminal de declarar la guerra al Estado de Israel el 7 de octubre de 2024.

Lo más difícil en política, cuando uno la sufre y no la practica, consiste en donde colocarnos para poder ver un poco más allá de nuestras narices; un límite en ocasiones infranqueable. La destrucción de Gaza y los gazatíes, con toques bíblicos de los blindados de Gedeón y el Apocalipsis en forma de drones, ni siquiera pretende ocultar una guerra de exterminio. Palestina delenda est, en lenguaje romano. Sólo falta la sal, como en Cartago. Para eso está Donald Trump. Un resort; no son tiempos para desaprovechar la ocasión de un buen negocio. Aquí no hay fotos porque las muchas que salen todos los días no explican nada; son imágenes de vida muerta o de muertos vivos. Niños hambrientos, mujeres desoladas, casas destruidas y unos tanques Merkava V que no vemos contra quien luchan, porque al enemigo ni se le distingue ni se le escucha, pero deberá existir en alguna parte además de los cadáveres anónimos. ¿Y los rehenes? Trump exigió que liberaran a uno; es norteamericano y debe volver a casa. Y se lo pusieron a su disposición.

Las guerras siempre son asimétricas, conviene repetirlo. Nos hacemos trampas para compararlas por sus víctimas, lo único que tienen en común porque son más gravosas para nuestra conciencia. Hay es donde entran las tragaderas. La perversidad de los partisanos de Estado ite sin rubor alguno la diferencia entre un civil ucraniano y un superviviente palestino. Ahí está el límite de la política; es la que marca las distancias. 

No hace falta mucha clarividencia para entender que Ucrania perderá esta guerra a la que fue forzada tras una invasión y unas promesas imposibles. Israel ya está en la imposible tarea de blindar la más pírrica de sus victorias; su daño reputacional, la legitimidad, tendrá más consecuencias aún que el aplastamiento de sus enemigos. No se puede borrar a un pueblo por la decisión de un dirigente que cree con ello consolidar su poder y borrar las huellas de sus delitos. Netanyahu no entrará en prisión, es sabido, mientras sea jefe del Gobierno y será jefe del Gobierno mientras haya guerra. El después no está escrito.

El gran intermediario en las dos guerras asimétricas no podría ser otro que el nuevo Gran Extorsionador. Se ofrece para acabar con las guerras en 24 horas o con un telefonazo, a la manera de los expertos en chapuzas domiciliarias. Descubrió el suculento negocio que esconde la tan legendaria como desvergonzada Liga Árabe. Mientras arde Gaza él va firmando contratos con la Arabia Saudí de Bin Salman, el príncipe asesino; le regalan aviones en Qatar; cierra tratos con los Emiratos Unidos; amnistía de un día para otro a su terrorista favorito, el sirio Al-Charaa. 

Nos sorprenderá, aunque la esperamos mitad con ansiedad mitad angustia, una nueva ocurrencia. Con toda probabilidad Netanyahu será letal para la sociedad israelí y de seguro Trump para la norteamericana, pero mientras estén ahí de nada servirá ni la memoria ni la ética ni la decencia. Cuando volvemos a casa nos damos cuenta que aún nos queda espacio para tragar lo doméstico. Nuestras tragaderas son inagotables.

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