El 5 de junio de 1625 se cumplió el 400 aniversario de la rendición de Breda, un episodio histórico que quedó inmortalizado por el pincel de Diego Velázquez en su famoso cuadro: “Las lanzas”. La ciudad se rindió tres días antes del momento en que el general de los Tercios, Ambrosio Spínola, recibía -con elegancia y una sonrisa, según la representación pictórica- las llaves de manos del comandante neerlandés, Justino de Nassau. La obra fue financiada por la Monarquía Hispánica para mostrar la honorabilidad española en la victoria, con el objetivo de exhibir su poderío al mundo. El artista sevillano representó una escena que, según coinciden los historiadores, es “totalmente ficticia”.
En un breve contexto histórico, la ciudad de Breda tenía un alto valor simbólico, pues era la cuna de la familia de los Nassau en los Países Bajos. Las guerras civiles acaecidas en las 17 provincias de la Monarquía Hispánica provocaron que, tras sesenta años de luchas, se consolidara un norte calvinista -una parte de los actuales Países Bajos-, dependiente de la casa de Orange, en contraste con un sur católico -lo que hoy es Bélgica y Luxemburgo-, apoyado por la casa de Austria. Previamente, por estos lares se dieron cita militares tan distinguidos como el duque de Alba, Don Juan de Austria o Alejandro de Farnesio.
En un viraje de la política hispánica hacia la conciliación, en los últimos años de reinado de Felipe II, los nuevos soberanos fueron su hija Isabel Clara Eugenia, representante de la rama española de los Habsburgo, junto a Alberto de Austria, del linaje austriaco. El hijo de ambos heredaría este enclave, separándolo definitivamente de España, que, tras este largo conflicto, no quería seguir enviando soldados hacia la sepultura en Flandes. Se mimetizaron con los naturales, logrando una sintonía perfecta que se plasmó en la Tregua de los Doce Años. Finalmente, no tuvieron descendencia y Alberto murió en 1621, quedando la gobernadora Isabel, como la abanderada de los intereses españoles, al mando desde Bruselas.
“En términos pictóricos es un cuadro insuperable, pero en términos de historia militar tiene elementos que son mejorables”
David Ramírez, autor de Annus Mirabilis (EDAF, 2025)
El asedio de la ciudad de Breda duró nueve meses. El general Ambrosio Spínola ya había realizado este tipo de operaciones con éxito anteriormente, siendo la más destacada la ocurrida en la ciudad de Ostende (1604). Las tropas hispánicas, una vez más, lograron aguantar la guerra de desgaste hasta, como diría en su época el duque de Alba, “hambrear” al enemigo. De esta forma, el ejército neerlandés capituló, siendo notorio el encuentro entre Spínola y el comandante neerlandés, Justino de Nassau. En la corte de España se celebró esta victoria de tal forma que el conde-duque de Olivares, valido del entonces rey Felipe IV, mandó al artista Diego Velázquez recrear la escena de la rendición para magnificar la imagen de la Monarquía del “Rey Planeta”. La idea fue que luciera dentro del nuevo Palacio del Buen Retiro, como testigo de las hazañas militares españolas.
“Las lanzas” de Velázquez
Diego Velázquez tardó dos años en reproducir la escena, dando la última pincelada en 1635. La investigadora Erica McClellan recoge el valor pictórico de la obra en su estudio sobre la Rendición de Breda (2006) explicando cómo “el cuadro ofrece al observador el encuentro sin precedentes del victorioso y del vencido en pie de igualdad”. Velázquez sitúa al enemigo portando sus alabardas en desorden, en contraposición de las ordenadas picas de los Tercios, que resaltan su disciplina. Justino de Nassau aparece ligeramente inclinado, con la mirada alzada hacia Spínola, quien es representado en una posición ligeramente más alta. El contraste entre vencedor y vencido no es tan marcado, ya que se trata de resaltar la imagen de “un vencedor honorable”. El pintor sevillano se autorretrata en el ángulo derecho del lienzo, separado de la escena por un caballo. Al fondo, las características humaredas de los incendios ocasionados por la refriega, típicas de las batallas libradas en las conocidas en España como guerras de Flandes.
A la derecha, Velázquez se representa alejado de la escena por un caballo
El autor del libro Annus Mirabilis (EDAF, 2025), David Ramírez, sostiene que “en términos pictóricos es un cuadro insuperable, pero en términos de historia militar tiene elementos que son mejorables”, y le achaca una “señalada falta de realismo en el estado físico de los vencedores”, ya que no hay que olvidar las condiciones “terribles” de los soldados tras un asedio tan prolongado. Para este historiador, hay que entender el lienzo como “una pintura política con la simbología que interesaba al gobierno de la Monarquía, y como todo cuadro político, intenta crear un estado de opinión”.
“Hubo un breve saludo entre Spínola y Nassau, pero sin la parafernalia que aparece en el cuadro”
Álex Claramunt, autor de “Es Necesario Castigo” (DESPERTA FERRO, 2023)
El escritor neerlandés especializado en la historia militar de la Guerra de los Ochenta Años, Bouko de Groot, asegura que no hay dudas de que el cuadro está muy dramatizado: “Ambos bandos estaban hambrientos y enfermos, pero en la representación de Velázquez todos parecen sanos y frescos”. También señala que Justino de Nassau no era tan joven ni tenía tanto pelo. La escena de los fuegos de fondo la considera muy improbable, al igual que la entrega de las llaves, ya que probablemente simplemente se trató de un estrechamiento de manos cordial. “Sin todo esto -asegura el especialista-, se trataría de un cuadro bastante aburrido”.
Otro investigador sobre las relaciones históricas entre los Países Bajos y España, Ignacio Notario López, califica el cuadro de “totalmente fantasioso”. El historiador Álex Claramunt coincide en que la escena “es puramente ficticia”, posiblemente por su inspiración en la obra sobre este asedio escrita por Calderón de Barca. La teoría más probable, según Claramunt, es que se trató de “una negociación para acordar los términos en la que se intercambiaron rehenes y se fijó el día para entregar la ciudad. Hubo un breve saludo entre Spínola y Nassau, pero sin la parafernalia que aparece en el cuadro”. Por su parte, el historiador Alberto Rodríguez, que ha frecuentado diferentes archivos belgas para sus investigaciones, también sostiene que “no pasó de un cortés saludo al retirarse los defensores”, por lo que “fue del todo ficticia”.
Una de las grandes eminencias en los estudios de la historiografía belga del siglo XVII, Luc Duerloo, apunta el dato curioso de que Justino de Nassau “era el hijo bastardo de Guillermo el Taciturno, ya que tuvo muchos hijos, no solo de sus matrimonios”. En los gestos de Spínola también observa cómo se quiso pintar “que el poder español en la victoria no es violento”. Por lo que, Diego Velázquez buscó recrear en la escena el honor de la Monarquía Hispánica ante tal hazaña, mostrando el respeto a los vencidos. La honra de estos igualmente quedó inmortalizada en el pasaje de Calderón de la Barca: “Justino, yo las recibo y conozco que valiente sois, que el valor del vencido hace famoso al que vence”. Así, este cuadro de objetivos propagandísticos tuvo su eco en la sociedad del momento, logrando que, para la posteridad en España, el lienzo de “Las lanzas” sea indisociable del valor estratégico -quizás exagerado, pues se volvió a perder doce años después- de la toma de la ciudad de Breda.