Opinión

Eduardo Mendoza, proveedor de felicidad

La definición perfecta del arte del narrador en tiempos de sobreexposición de la palabra relato

  • El escritor Eduardo Mendoza -

Paseo por lo que va a ser 84ª Feria del Libro de Madrid entre el 30 de mayo y el 15 de junio. Los operarios se afanan en armar las casetas mientras suenan ruidos metálicos y de tablas de madera que van conformando las estanterías. Eva Orúe, la gran directora de la Feria, atiende a un periodista de Radio 3. Un hombre lee con atención los rótulos de las librerías, Dos bigotes, Contrabandos, El Halcón Maltés, Alberti…Algunos trabajadores, claramente latinos, se han llevado sus aparatos en los que suena una música repetitiva y decadente que casa mal con el mundo del libro: Si no me dejas entrar dame sexo telefónico, y así va sonando el estribillo una y otra vez en la voz de Quevedo…Madrid, vamos a decirlo así, tiene estos contrastes que algunos sobrellevamos lo mejor que podemos. Como los colecciono, pregunto a quien parece un encargado por el cartel de la Feria, y me dice que no lo ha visto, pero que ya está en Internet. Cierto, ahí está el trabajo de la diseñadora argentina Coni Curi. Un oso con cara de soñador abrazando unos libros y encima de ellos un dibujo del Empire State Bulding, y detrás del oso el skyline iluminado de Nueva York, una llamada a toda esa literatura que se escribe en español al otro lado del atlántico y que tan presente va estar estos días en el Retiro.

Me dijo que la novela se iba a llamar Los soldados de Cataluña, pero no le dejaron. Y eso que está ambientada en la Barcelona de los años 1917-1919, época que los historiadores llaman del pistolerismo

 

Entonces -no puedo explicar muy bien porqué- recordé el día que le llevé a Eduardo Mendoza el primer libro que leí que, es también la primera novela que publicó, La verdad sobre el caso Savolta. Para entonces, el escritor ya estaba en otro tipo de literatura, igual de intensa desde luego, pero en la que el humor lo dominaba todo. Creo que la de Savolta pervivirá mejor que Sin noticias de Gurb, por ejemplo, en la que el lector si no sabe quién es la exuberante Marta Sánchez de aquellos tiempos no se va a enterar de casi nada. Mientras paseaba por lo que va a ser la Feria recordé el día que me firmó el ejemplar, y también los problemas que tuvo con la censura de 1975. Me dijo que la novela se iba a llamar Los soldados de Cataluña, pero no le dejaron. Y eso que está ambientada en la Barcelona de los años 1917-1919, época que los historiadores llaman del pistolerismo.   

 

Les confieso que en esto estaba ayer lunes mientras buscaba el hilo argumental donde tirar para escribir lo que tiene frente a sus ojos. Por agotamiento, descarté lo que para mi sorpresa fue la apertura de casi todas las tertulias, Eurovisión y el truño de canción que ha ganado junto el mosqueo de los jefes de RTVE, que piden una auditoria del televoto español tras el respaldo aplastante a Israel. Piensa uno que más les valdría auditar el contenido de sus programas informativos de la mañana a la noche, pero para qué, teniendo al personal pendiente y contento con este festival friki y casposo. Claro, que quizá debería ser algo más respetuoso a la hora de elegir los adjetivos, porque la final la vieron en España 5.884.000 espectadores. ¿Recuerdan aquello? Millones de moscas no pueden equivocarse. ¡Coma mierda!  Ya, ya está dicho.     

Si entro en ese mundo menudo, pero necesario e inquietante, nos seguiremos encontrando con el eterno debate sobre el delito contra la intimidad, que lo es cuando dejan en evidencia a Sánchez, pero que no cuando se trataba de Rajoy

 

Pero el hilo del que tirar no llega. Si entro en el mundo de la política, me veré obligado a transitar un territorio en el que siguen abundando los estultos, las pájaras, maltratadores y tocacojones, chantajistas y petardos, que de todo esto hablan los guasaps del señor que nos preside. Si me detengo en la última sesión de control en el Congreso tendré que compartir con los lectores un mundo desagradable en el que un Gobierno con olor a ceniza se justifica en el salseo, la casquería mediática, el cotilleo. Si entro en ese mundo menudo, pero necesario e inquietante, nos seguiremos encontrando con el eterno debate sobre el delito contra la intimidad, que lo es cuando dejan en evidencia a Sánchez, pero que no cuando se trataba de Rajoy. ¡Qué pereza!

 

Así las cosas, -expresión muy radiofónica que se utiliza cuando no se sabe qué decir- les quiero hablar, con algo de retraso, de Eduardo Mendoza, un señor amable, educado, incluso muy educado, culto, divertido, siempre bien vestido, amable con los periodistas y sus lectores y al que le acaban de conceder el Princesa de Asturias de las Letras.  Ya le habían dado el Cervantes en 2016, y este de ahora sólo confirma que el escritor barcelonés es un imprescindible de nuestra Literatura.

No me lo imagino frente a la tele viendo Eurovisión o un telediario. Ojalá nos pareciéramos un poco, sólo un poco, al autor de La ciudad de los prodigios. Y lo digo porque el jurado ha considerado que Mendoza es “proveedor de felicidad para los lectores”. ¿Se puede decir algo mejor que esto sobre un hombre que, según él mismo asegura, ha dedicado toda la vida a lo que más le gusta, escribir y hacer el vago, algo que le sirve para que le den premios? En realidad, la justificación del Princesa de Asturias de las Letras es la definición perfecta del arte del narrador en tiempos de sobreexposición de la palabra relato, de la que tanto abusan los políticos y periodista.

Seguiré sus consejos

Mendoza no tiene un relato, tiene la razón del relato, y por eso cuando le preguntan qué es lo que desea en este momento para su ciudad responde sonriente: “Yo lo que quiero es que haya concordia, buena voluntad, corridas de toros, vino, juerga y fútbol. Lo demás, ha dicho, me trae sin cuidado.” Qué más puede uno pedir de un gran escritor que es, además, una persona que dice lo que piensa. iración. Que seguiré sus consejos. Que lo intentaré en la medida que me lo permita la actualidad de esta España ceniza y mínima que van haciendo los cabreros de la política y vamos contando los escribidores por las esquinas. Me espera La ciudad de los prodigios, que es una forma como otra cualquiera de salir huyendo de semejante plaga. A ver si lo consigo.  

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