Opinión

La condena que no condena: Culpable y para casa

En Argentina, la justicia llega tarde y cuando llega, lo hace con alfombra roja y té caliente

  • Cristina Fernández Kirchner

Cristina Fernández de Kirchner ha sido condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua por corrupción. Sí, sí, han leído ustedes bien: condenada. Por corrupción. Con pena de prisión. Pero no irá a la cárcel. Y no, no es porque sea inocente. Tampoco porque un tribunal haya reconsiderado su historial, ni porque se haya arrepentido o devuelto el dinero. No va a la cárcel porque ya ha cumplido los 70 años. Así que se va a casa. Literalmente.

 

Aquí lo interesante no es que una ex presidenta haya sido condenada por corrupción, sino el virtuosismo con que el sistema ha sabido darle al calendario un valor jurídico superior al de la justicia misma. Cristina fue condenada por primera vez en 2022, cuando tenía 69 años. Pero la sentencia no era firme. Ahora, en 2025, cuando la Corte Suprema la ha confirmado, la señora tiene ya 72. Y por encima de los 70, la prisión se sustituye por arresto domiciliario. Qué suerte. Qué casualidad. Qué momento más oportuno.

 

En el peronismo ya se habla de que la condena la engrandece. Que vuelve a colocarla como figura central. Que la convierte en un símbolo. Y puede que tengan razón

 

A esta tragicomedia legal le llaman justicia, aunque se parezca más a una jubilación con tobillera electrónica que a una condena penal. Es lo que en algunos países llaman “justicia de privilegio” y en Argentina, directamente, una costumbre de Estado. Un país donde la política no solo da impunidad mientras se gobierna: también la garantiza después. Porque Cristina ya no está en el poder, pero el poder sigue protegiéndola, como un escudo invisible tejido entre relato, calle y cálculo jurídico.

 

Pero ahí no termina la historia. Cristina aún tiene dos causas pendientes: Hotesur-Los Sauces y el Pacto con Irán. Y si también la condenan, tampoco irá a prisión. Porque ya estará aún más mayor, aún más mártir y aún más blindada por ese escudo moral que en el peronismo llaman “relato” y que en el resto del mundo se traduce como impunidad.

 

De hecho, en el peronismo ya se habla de que la condena la engrandece. Que vuelve a colocarla como figura central. Que la convierte en un símbolo. Y puede que tengan razón: Cristina será ahora más poderosa como víctima que como líder. No necesita un escaño ni una candidatura. Solo necesita seguir hablando. Y ya está todo preparado para que lo haga: movilizaciones, pancartas, llantos televisados. El drama está servido.

 

Y yo a estas alturas ya no sé si el mileísmo celebra la condena de Cristina no tanto porque crea en la justicia, sino porque le conviene. Al igual que los kirchneristas la niegan no porque crean en su inocencia, sino porque necesitan mantener vivo el mito

 

Mientras tanto, en Argentina, las cárceles siguen llenas de gente sin padrinos, sin relato y sin epílogos épicos. Gente joven, sin condena firme, que sí pisa la prisión desde el primer día. Porque el sistema penal es duro con los débiles y blando con los poderosos. O, en este caso, geriátricamente flexible. La igualdad ante la ley es un principio que parece funcionar solo en las constituciones. En la práctica, tener el carné del partido adecuado y un buen calendario de cumpleaños te salva de todo.

 

Por si fuera poco, el oficialismo argentino, con Javier Milei al frente, celebra la condena como una victoria institucional. Pero eso no impide que, mientras enarbolan la bandera de la justicia, sigan gobernando con decretazos, enfrentados con la prensa y señalando enemigos como si fueran tuiteros en guerra cultural. Quizá es la única manera de deshacer y destruir todo lo construido durante tantas décadas y que ha llevado al pueblo argentino a la ruina. Y yo a estas alturas ya no sé si el mileísmo celebra la condena de Cristina no tanto porque crea en la justicia, sino porque le conviene. Al igual que los kirchneristas la niegan no porque crean en su inocencia, sino porque necesitan mantener vivo el mito.

 

Así que sí, Cristina ha sido condenada. Pero no será castigada. Porque, en Argentina, la justicia llega tarde y cuando llega, lo hace con alfombra roja y té caliente. La expresidenta podrá declararse perseguida, sin sufrir persecución, y seguirá moldeando el discurso desde el salón de su casa. Seguramente más cómoda que nunca.

 

Víctima, heroína y madre

La pregunta ya no es si es culpable. Lo es y lo ha dicho la Corte Suprema. La pregunta es si algún día pagarán algo los culpables con poder. Si alguna vez la ley tendrá fuerza suficiente para aplicarse también a quienes la escriben o la interpretan a su conveniencia. Y si la izquierda populista, tan rápida para hablar de “casta” y “privilegios” en los demás, tendrá el valor de mirar hacia adentro, dejar de acusar a los jueces y hablarnos de lawfare cuando a los que se juzga y condena están en sus propias filas.

 

Mientras tanto, Cristina se retira otra vez. No a la cárcel, sino al relato. A ese lugar donde puede seguir siendo víctima y heroína, mártir y madre del pueblo, sin pagar nunca el precio de sus actos. La justicia ha hablado. Pero la realidad, como ya viene siendo costumbre, es que cada vez nos parece menos justa.

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