Recuerdo una cena con Roa Bastos en casa de Félix Grande en los años 70, poco después del éxito de su novela sobre la tiranía: Yo el Supremo. Nos relataba el sabio uruguayo sus dudas a la hora de titular aquel bestseller, indeciso entre adjetivos como tirano, autócrata, dominador y otros epítetos para significar al tremendo personaje que tenía en la memoria. Finalmente se decidió por supremo convencido de que sólo ese epíteto, a diferencia de otros apodos, no ite superior. En España se prefiere hoy un ordinal de sugestión contable, “el Uno”, para referirse a quien, como Sánchez, no supera sino que, aunque a trancas y barrancas, dispone y manda o es obedecido. Pero supremo no ite comparación como imagen léxica de lo que no soporta más allá ni a nada ni a nadie por encima de él, algo que, fuera de la ilusión fanática, no sería aplicable a quien hace como que gobierna en Madrid a las órdenes de un prófugo de la Justicia o de unos socios tan insignificantes como insaciables.
En nuestro marco constitucional no hay más supremo que el Tribunal así distinguido, por más que hoy se ve injuriado por el propio Gobierno y hasta por cualquier mindundi, y soporte mansamente esa ofensa susurrando apenas, en el mejor de los casos, una tímida protesta y la sugerencia del debido respeto a su imprescindible jerarquía.
¿Y qué ocurre hoy? Pues que se insulta al Supremo y se ultraja a los jueces acusándolos impunemente de prevaricación cuando no atribuyéndoles oscuras maquinaciones, sin que –como era previsible desde el momento en que el desacato fue despenalizado—se registra la menor reacción de la autoridad que, paradójicamente, conservan los órganos judiciales.
Un presidente que desprecia al Senado (cuando está en minoría, claro) e ignora al Congreso (ahí tienen al acuerdo con Gibraltar sus espaldas) a pesar de la pésima circunstancia en que se mantiene, no habla sencillamente porque no puede
Que esa autoridad anda sumida en crisis profunda lo hemos comprobado al escuchar en el Congreso al jefe de la Oposición llamar al presidente del Gobierno nada menos que “capo de la mafia”, baldón supremo que, significativamente, no ha merecido por parte del injuriado una sola palabra de reproche en su defensa. Y sí, ya sé que el silencio está de moda en ciertos ámbitos culturales, pero no hay que ser un lince para concluir que quien calla ante semejante denuesto –y Sánchez lleva cincuenta días callado— no lo hace sino porque carece de todo argumento. ¿Otorga el que calla o será que, precavido ante el enjambre, piensa que en boca cerrada no entran moscas? Un presidente que desprecia al Senado (cuando está en minoría, claro) e ignora al Congreso (ahí tienen al acuerdo con Gibraltar sus espaldas) a pesar de la pésima circunstancia en que se mantiene, no habla sencillamente porque no puede. Algo que, encabezando el peor Gobierno de que haya memoria, lo sitúa, lo perciba él o no, a los pies de los caballos.
En fin, es cierto que González y su partido también vejaron al Supremo en la jornada lamentable de Guadalajara, pero también es cierto que, aunque hasta un ministro hubo de entrar en prisión, no pasó de la puerta de la cárcel ni arremetió contra la magistratura. Y si, lo mismo que luego hizo Aznar, inauguró la ceremonia y el festín de las costosas alianzas con los separatistas, también se fue impelido por un sonoro "Váyase” lanzado desde la oposición, lo cual, evidentemente, resulta incomparablemente más liviano que soportar en silencio que, desde aquella, te coronen como “capo de la mafia”. ¿Que no hay mafia, dicen, que todo es fango y bulo? ¿Entonces, qué hacen campando por sus respetos, y ante la absoluta pasividad del Gobierno, indocumentados como Koldo, tramposos rapaces como Cerdán, trápalas como la Leire Díez, conseguidores como Aldama, trujimanes como Ábalos, hermanos enchufados sin recato, esposas involucradas en negocios y todo lo demás que día a día vamos sabiendo? ¿No era bastante ya con esos dos infames secretarios de organización en el partido que se anunciaba en su día como regenerador?
Coda de Urgencia
Nada tan imprevisible como la política. La conmoción del jueves me corta en seco esta reflexión bajo el fulgor de la evidencia y, de repente, la perspectiva crítica cambia bruscamente. Ya no caben cábalas: la corrupción queda al descubierto y un Sánchez irreconocible disfraza su cinismo y se disculpa en la tele, no de su culpa, sino de las ajenas, que es lo suyo en el colofón de toda banda. Ni rastro del sobrado que hacía de las comparecencias parlamentarias las delicias de su bancada. Ahora no le falta más que el sayal para dramatizar sus disculpas. Al fin, el principio del fin. Acaso entrevista la sombra de Craxi haciendo apresurado su equipaje. O la de Perón en Puerta de Hierro. El personaje más elato de la crónica democrática viéndolas venir y sin tenerlas todas consigo. Ni mucho menos.
bilbao
14/06/2025 08:32
Palabro para epatar: Elato...