Opinión

Cristina, la primera condenada

A los españoles aún les queda una oportunidad histórica: ver caer a quien creyó que el poder era eterno

  • Cristina Fernández de Kirchner

Sin querer sonar reiterativo, vuelvo a encontrarme escribiendo sobre dos nombres que parecen compartir más que un destino político: Cristina Fernández de Kirchner y Pedro Sánchez. A esta altura, mi archivo aquí en Vozpópuli parece una colección de paralelismos. “El tango español de Pedro Sánchez”, “Argentina avisa, España no escucha”, y otras columnas que podrían intercambiar protagonistas sin alterar la trama.

Y resulta que hoy —fuera de España y de Argentina—me encuentro con una escena inquietantemente simétrica: ambos países debaten, con intensidad inusitada, sobre sus figuras más controvertidas. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner ha sido condenada. En España, Pedro Sánchez ve cómo el poder judicial comienza a trazarle fronteras.

Hay días en que el azar editorial se disfraza de justicia poética. Este es uno de ellos. En ambos extremos del Atlántico, los titulares no dejan dudas: algo cruje en los pasillos del poder, y no por disputas parlamentarias ni encuestas caprichosas, sino por algo mucho más serio: la posibilidad de que la justicia, al fin, actúe.

Creo en la justicia. Y sí; quería ver a Cristina presa. Hoy, después de tantos años de operaciones, dilaciones y cinismo judicial, la justicia argentina habló con firmeza: Cristina Fernández de Kirchner irá presa y jamás volverá a saquear al estado robando al pueblo.

Cristina está acabada y la edad le permite cumplir condena en su mansión. Pero no bastará con una tobillera electrónica. Aunque sea imprescindible, porque si no la tuviese, escaparía hacia Cuba o Venezuela sin demoras

Lo cierto es que Pedro y Cristina han tenido mucho en común, construyeron redes de lealtades y trampas institucionales con un talento notable. Pero también ambos dejaron un tendal de causas, escándalos y operaciones burdas.

En Argentina, el hartazgo social era y es palpable. La condena de Cristina no es anecdótica: es un punto de inflexión histórico. La oposición argentina no ha colaborado, no bastó con llenar la Plaza de Mayo: había que llenar el país de una esperanza nueva, que no tolerase más impunidad. Hoy, Cristina está acabada y la edad le permite cumplir condena en su mansión. Pero no bastará con una tobillera electrónica. Aunque sea imprescindible, porque si no la tuviese, escaparía hacia Cuba o Venezuela sin demoras. Lugares llenos de bonitas playas, como las de la República Dominicana.

Aún condenada, la tobillera no parece castigo suficiente. Eso sí, va a hacer falta una tobillera especial. Porque Cristina es célebre por tener unos tobillos que no figuran en los catálogos penitenciarios. Probablemente haya que encargarla a la compañía de Elon Musk, especialista en metales livianos. No sea cosa que el periplo carcelario comience con un esguince doméstico.

Lo decía Tato Bores, cuando se imaginaba apareciendo en el futuro: “Me llevaron a conocer el Congreso. Entré y estaban todos: los procesados, los sobreseídos, los prófugos, los indultados… Faltaban los diputados.”

Le sirve a un partido que aprovecha para hacer leña de un árbol casi caído. No es casual ver en las fotos a un Aznar de brazos cruzados. Porque no tiene sentido llenar otra vez una plaza, aunque esta vez se llame España

Mientras tanto, la oposición española se encuentra desnortada. La imagen de una Plaza de España colmada de ciudadanos indignados, contada con esmero por el PP —“100.000 personas”, juran— y ninguneada por el gobierno, que ni se dignó a rebatir ese número imaginario, no alcanza.

Y como respuesta política no es seria, saben que no le sirve al pueblo, pero le sirve a un partido que aprovecha para hacer leña de un árbol casi caído. No es casual ver en las fotos a un Aznar de brazos cruzados. Porque no tiene sentido llenar otra vez una plaza, aunque esta vez se llame España.

La oposición, tanto en Buenos Aires como en Madrid, ha delegado en la justicia lo que debería haber hecho la política y todo el cuarto poder: señalar, investigar, actuar, hablarle al pueblo, despertarlo. Comunicar bien, renovarse, generar conciencia. Pero no saben cómo. Hoy la responsabilidad la tienen los jueces, y es mejor así. Porque si algo no han podido violar del todo, ni Cristina ni Pedro, ha sido el poder judicial.

Gila, ese genio español que sabía reírse en mitad del absurdo, lo explicó con claridad meridiana: “Me acusaron de corrupto, y yo les dije que no. Que me tenían que pagar por las molestias.”

Por fin en Argentina, Cristina enfrenta una condena firme. Cosa que Podemos ya ha repudiado, junto con Evo Morales, Correa, Diaz Canel y demás sátrapas que aún viven una libertad injusta.

Un traje a la medida

Y Pedro… Pedro tendría, si algún día resultase condenado, aún peor suerte: porque es joven, y no podrá refugiarse en la intimidad domiciliaria. Tendría por delante algo que no está en ningún manual socialista: la posibilidad de vestir un traje realmente a su medida. No creo que lo considere un problema estético. Porque si algo ha demostrado, es que lo que se pone le queda bien. Incluso la deshonra.

Pero a quien mejor le sentaría ese traje sería al pueblo español, que ojalá pueda comprobar que la corrupción, finalmente, paga. A los argentinos ya no les queda nada por descubrir: hace años que la impunidad los atormenta. Pero a los españoles aún les queda una oportunidad histórica: ver caer a quien creyó que el poder era eterno, y que la ley era solo una sugerencia.

Que así sea.

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